NÚMERO 21 | Mayo 2020

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Violencia: un atentado a la subjetividad | Osvaldo Maltz

Ponencia de la Mesa de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis (FLAPPSIP) en la AEAPG en camino al X Congreso 2019: «Figuras actuales de la violencia. Retos al psicoanálisis latinoamericano», noviembre de 2018.

“No sé en qué momento, o mediante qué secuencia,

el Muñeco se convierte en un mounstro.

¿Cuándo pasó de la mera indiferencia y

desdén frente a los demás, al acto de destruir y aniquilar de manera salvaje?

¿Cómo pasó de la frivolidad a lo abiertamente atroz?

Tal vez frivolidad y horror van

de la mano, y no existe escalpelo tan afilado

que pueda desgajarlos. Un mounstro es un hombre que ha

violentado todos los parámetros de lo humano”.

(Laura Restrepo, Los Divinos)

 

Violencia y exceso

Desde el psicoanálisis nos interesa el estudio de la incidencia de la cultura sobre el sujeto. Tiene una función normativa que regula la relación entre los ciudadanos haciendo posible la civilización y acotando el malestar.

Debemos articular subjetividad y época y destacar un progresivo debilitamiento de las leyes simbólicas a través de la sustitución del discurso del padre por el discurso de un amo multinacional, la crisis de límites y el empuje al exceso que facilitan el imperio del ideal de consumo. Todo es válido para consentir a his majesty the baby que viste el ropaje actual del consumidor-consumido.

El ideal de consumo se establece como un fenómeno de masas en donde los individuos se identifican con un ideal de unicidad totalizante que conlleva al aumento de la agresión narcisística. Identificaciones caracterizadas por la falta de mediatización simbólica, la indiferenciación entre actualidad y virtualidad, la fusión entre tener y ser, proceso que lleva a la infatuación yoica.

La deficiencia de lo simbólico deja al sujeto atrapado en la fascinación de la imagen, expuesto a una pendulación imaginaria sin salida porque se identifica con la máxima satisfacción con un alto nivel de alienación y predominio de la identidad de percepción, sorteando así la castración simbólica, la dimensión de la imposibilidad.

El discurso capitalista promueve el rechazo de la castración y su trágica consecuencia es la dominancia de un goce desregulado, el empuje al “todo es posible”.

La violencia, en cualquiera de sus formas, da cuenta de un exceso. Algo en relación con un tope ha fallado respecto a la pulsión desenfrenada. Tal tope es la ley.

Cuando se han inscripto las prohibiciones fundantes (no incesto y parricidio) el sujeto se inscribe en una carretera principal que representa el ordenamiento simbólico que posibilita el orden, la organización, el mundo de las diferencias.

Cuando la ley no funciona, queda golpeada la subjetividad porque la ausencia de sanción es una forma brutal de violencia, la indiferencia es desquiciante porque el Otro no está, no responde, no ampara, se pierden las coordenadas simbólicas.

En tal sentido, todo acto de violencia es un atentado a la subjetividad y la civilidad arrasa con la dignidad humana.

Los actos atroces claman por la sanción de un Otro legal que falla y denuncian el pedido que el Otro responda, en tanto instancia simbólica.

En pocas palabras, la violencia es proporcional a la falta de funcionamiento de la ley e irrumpe en múltiples figuras: la exclusión, la marginalidad, el desempleo, la pobreza, el abuso sexual infantil. Modos de desubjetivación epocal que implican la enajenación de la cualidad de sujeto porque lo que le confiere su carácter violento es el desasimiento de toda consideración hacia el semejante.

En la era informática de implosión de los mass-media, el tiempo se comprime, el espacio se compacta, la distancia se reduce. Bajo la expansión y el dominio tecno-científico, los relatos se fragilizan, los recursos discursivos se quiebran y la manipulación de las conciencias recurre a la proliferación de la información.

Exceso improcesable que empuja a un modo de desconocimiento propio de la renegación de la castración y habilita el recurso de la violencia como pretensión de borrar la imposibilidad del goce pleno.

La violencia instaura la consumación del incesto y el borramiento de los límites.

La prohibición del incesto es el fundamento de la ley primordial. El incesto es el encuentro, la proximidad con la Cosa (Das Ding).

Sabemos que hay razones de estructura por las cuales el deseo incestuoso no puede ser satisfecho. Su satisfacción implica la abolición del sujeto.

La violencia es un incesto. El femicida que golpea a la mujer “realiza” un incesto porque aplastó la distancia del sujeto a la Cosa, hay un encuentro con la Cosa, quedó abolida la interdicción. En el acto violento, en tanto trasgresión a la ley, se satisface el deseo incestuoso.

Figura actual de la violencia

Mencionamos distintas figuras de la violencia, visibles, descarnadas, obscenas, pero quiero referirme a un modo de la violencia actual, menos visible, anónimo, desubjetivado y oculto en tanto coincide con los modos de funcionamientos “egosintónicos” de la sociedad.

Es la violencia de la positividad basada en la sobrecomunicación y la sobreinformación; el exceso radica en la masificación de lo positivo que se manifiesta como sobrecapacidad, sobreproducción, hiperatención e hiperactividad.

Es la violencia padecida por el sujeto del rendimiento, propio de la Modernidad tardía que supuestamente no está sometido a nadie, y, en lugar de una coacción externa, aparece una coacción interna que se ofrece como libertad.

Propuesta estrechamente relacionada con el modo de producción capitalista que, al servicio de favorecer la producción, se torna mucho más eficiente la autoexplotación porque va aparejada con el sentimiento de libertad.

Según Byung Chul Han, la sociedad del rendimiento es la sociedad de la autoexplotación, el sujeto se explota hasta quedar abrasado (burn out) desarrollando una auto-agresividad, modo de violencia que el sujeto de rendimiento dirige contra sí mismo.

Su funcionamiento se desprende de la negatividad de la prohibición y el mandato y se concibe como sociedad de la libertad, más apuntalada en el poder que en el deber, y sus máximas no son la obediencia, la ley y el cumplimiento del deber, sino la libertad, el placer y el entretenimiento con la aspiración a poderlo todo.

Caracteriza al sujeto del rendimiento como incapaz de desplazarse fuera de sí mismo, de dirigirse al otro y que su mundo es pobre en alteridad y resistencia.

El yo narcisista se encuentra consigo mismo, rechaza la radical otredad, danza la música de las “egotecas” con egos sobrealimentados que no toleran contradicciones y, frente a la búsqueda de placer narcisista, el otro desaparece, se lo ignora, no es nada. Sujetos que caen en la compulsión destructiva de superarse a sí mismos donde no se trata de superar al otro o vencerlo, sino que es una lucha mortal para ser yo-ideal

Sujetos sujetados al dictado del rendimiento y la optimización, a una violencia sistémica que se manifiesta como exceso, hiperproducción, hiperacumulación; con la lógica de la desmesura, en el afán de poderlo todo, se genera una bulimia psíquica.

La sociedad de la positividad se somete a las fuerzas destructivas propias. Las enfermedades principales del siglo xxi (burn out, depresión) muestran todas las características de la autoagresión.

La violencia convierte al otro en enemigo y confiere firmeza y estabilidad al yo.

Solo en virtud del enemigo el yo conquista la medida de sí mismo, su propio límite y la exclusión del otro declarado como enemigo construye, en contrapartida, una imagen del yo rotunda e inequívoca. El otro se transforma en un extraño que amenaza nuestra identidad, su presencia atenta contra la mismidad.

Si el otro no es como yo, la muerte. Se produce así el exterminio de las diferencias.

La macrofísica de la violencia se despliega en una relación de tensión entre el ego y el otro, entre el amigo y el enemigo, entre el interior y el exterior.

La violencia se describe como un acontecimiento que se impone, pero que no se puede interiorizar porque escapa por completo a la estructura de sentido, al modo de un desgarro, una ruptura que no da lugar a ninguna mediación simbólica.

Otra figura de la violencia epocal, invisible y naturalizada, es la compulsión de transparencia total, la violencia de la transparencia. Todo puede mostrarse.

Sabemos que la integridad de un sujeto también está constituida por cierta inaccesibilidad e impermeabilidad. La iluminación absoluta y la sobreexposición de una persona suponen violencia.

La política general de la transparencia consiste en hacer desaparecer al otro bajo la luz de lo idéntico, como supresión de la otredad, en tanto que el dictado de la transparencia acaba con lo opaco, lo complejo, lo singular.

El imperativo de la transparencia hace desaparecer toda lejanía y discreción, ya que la transparencia supone proximidad absoluta, promiscuidad, exposición y exhibición.

Todo está expuesto y cada sujeto es su propio objeto publicitario. El exceso de exposición convierte todo en una mercancía que, sin secreto ni intimidad alguna, queda entregado al consumo inmediato. Hipervisibilidad obscena. Ser visto es ser.

Retos al psicoanálisis

Los efectos desubjetivantes de la violencia, en sus múltiples expresiones, han dejado marcas indelebles en el imaginario social: el sentido de pertenencia social y de solidaridad, y la garantía que implica la ley se han visto seriamente afectados, induciendo a la retracción narcicista y a la búsqueda individual con relativa pérdida de la noción de ser partes de un conjunto social, el descreimiento y la apatía.

Considero que un reto al psicoanálisis es que pueda conservar su carácter subversivo. Que interrogue y tensione la alienación del sujeto a sus Otros (seres queridos, parroquias preferidas, etcétera) al servicio del hallazgo del deseo singular.

Mientras que la cultura actual se caracteriza por la crisis de valores y la caída de ideales que promueven la fragmentación en múltiples narcisismos, la cura debe atender el lazo social, producto de ideales compartidos y la consideración por el semejante.

A la vez que las terapias cognitivo-conductuales disminuyen el sentido de responsabilidad personal del paciente en sus síntomas y alientan a un comportamiento nuevo y más saludable, los psicoanalistas apuntamos a la implicación subjetiva, qué tiene que ver el paciente en su padecimiento personal.

Otro desafío alude a los peligros para el psicoanálisis y radica en descreer de nuestro rol curativo, la posibilidad de producciones de cambios verdaderos (eficacia analítica) por entrar en la lógica consumista y exitista que pide inmediatez y soluciones rápidas

Porque todo es instantáneo y efímero, como dice Marcelo Viñar, estamos en la cultura de lo descartable, en los objetos, en las palabras, en los encuentros.

La escucha analítica es foco de resistencia a este perfil de la civilización en su expresión cotidiana porque alojamos, subjetivamos, propiciamos palabras plenas que atañan a verdades significantes, ofertamos singularidad ante la globalización.

Apuesto a que podamos dialogar con el conjunto de las ciencias y produzcamos nuevas articulaciones con otras disciplinas: Sociología, Antropología, Inmunología, Psiquiatría, Genética, etcétera.

Reto para el psicoanálisis intentar introducir palabras o reflexiones donde sólo hay actos impulsivos inducidos por un Otro cultural que fomenta la anomia.

¿Acaso Freud no lo hizo cuando apuntó a apalabrar los síntomas histéricos?

No perdamos el legado.

Bibliografía

Byung-Chul, H. (2017). Topología de la violencia. Barcelona: Herder

Franco, Y. (2011.) Más allá del malestar en la cultura. Buenos Aires: Biblos

Milmaniene, J. (1995). El goce y la ley. Buenos Aires: Paidós

Acerca del autor

Osvaldo Maltz

Osvaldo Maltz

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